lunes, 3 de abril de 2023

Novia del bolero

 

Capítulo 2

 



          Yo fui la segunda de los hijos de Enrique y de Charlotte. Los primogénitos fueron los mielgos Anthony Jesús y Andrés John, de los que Anthony feneció a los pocos meses de nacido, por la euforia del momento. Después llegarían a la familia otros de mis hermanos que alcanzaron la edad adulta, “las María y los Jesús”: Ana María de las Mercedes, Andrea María de los Dolores, a la que preferíamos llamar Lola; Anselmo Jacob de Jesús, conocido entre nosotros como Nenito; Ágata María del Carmen y Aurelio Charles de Jesús.

En aquella época era muy común que las familias de origen humilde fuesen numerosas. También que muchos de los niños nacidos no sobrevivieran, aquejados de enfermedades tan frecuentes como la difteria, la disentería, la fiebre amarilla y otras afectaciones, amén de la desnutrición y otros males. Mi familia, no fue la excepción de la regla. Mis padres solo lograron ocho hijos.

Aún recuerdo como si hubiese sido ayer cuando nació la última de mis hermanos. Corría el año 1933, yo tenía doce años en aquel entonces, la partera había fallecido unos meses antes y mi madre se puso de parto en un momento muy inesperado para nosotros, porque la bebé se nos adelantó.

No podíamos arriesgarnos a perder otro miembro de la familia, y mucho menos a mi madre. Como había ayudado antes a la comadrona a traer otros bebés a este mundo, me atreví a realizar el alumbramiento de mi madre, con la ayuda de mi hermana Ana Mercedes, quien era solo un año menor que yo. Gracias a Dios, todo me salió bien, y así pudo nacer Alicia María de la Caridad, la octava y último de los vástagos de mis padres.

Luego de terminar, mi madre había quedado recostada en el suelo donde le realizamos el parto, cargando a la recién nacida en sus brazos, cuando mi padre entró para arrodillarse frente a ella para cargar a su pequeña hija, quien no paraba de llorar, quizás famélica y asustada con el nuevo mundo que estaba descubriendo.

-      Henri, you come back –dijo Charlotte exhausta.

-      Yes. I´m late because my work was very bad today. –Contesta Enrique.

-      Look your daughter, babe. –Logró mimar entre sollozos la esposa.

-      Is beautiful like you, Charlotte. She name is Alicia María de la Caridad –Añade Enrique-. Atalía, has hecho un gran trabajo. Has traído a tu hermanita al mundo. Estoy muy orgulloso de ti, mi hija.

Nunca olvidaré tampoco esa primera vez en que mi padre reconoció sentirse orgulloso de mí.

Sé que mi madre no pudo entender lo que él me había dicho. Ella, una negra jamaicana, que vivía desde hacía quince años en Cuba, estaba enclaustrada en sus hábitos, y en el empleo de la palabra que se expresa articulado, nunca aprendió a hablar el idioma español. Cada vez que lo intentaba tenía dificultades idiomáticas, y por complejos prefirió no hablarlo nunca. Por eso nos enseñó el inglés, e ignoró hasta su muerte el castellano.

A mi padre lo tenía como si fuese un héroe mítico, era mi dios terrenal. Hoy pienso en él, y no puedo eludir una leve sonrisa que se me escapa de entre los labios. Me embelesaba ver sus brazos negros fuertes, donde los bíceps mostraban su fortaleza musculosa, mientras exhibía sus órganos fibrosos, que irritables producían todos los movimientos de su cuerpo. Su trasudar me acogía toda con un suave y dulce olor que vibraba mis sentimientos y los confundía todo.

Me cautivaba verlo labrar la tierra, verlo sementar en ella, arar la yunta de buey…

Mamá era mamá. Pero, papá era más que mi vida misma, mi primer amor. Y no un amor incestuoso, sino un amor de hija que lo veía tan cerca del Todopoderoso.

Me encojo los hombros, y vuelvo a sonreír nuevamente. Esta vez con un poco más de picardía que antes. Ahora recuerdo el día que papá me llevó montada en un semental exportado que cuidaba, propiedad de una familia árabe de posición acomodada que vivía en la zona. Él lo llevaba caminando despacio al trote liviano, mientras yo podía observarlo todo desde esa altura. Y a mis curiosidades, iba inventando respuestas, porque con mi padre pude aprender mucho sobre la vida.

-      Padre, ¿por qué este caballo es tan diferente a otros?

-      Porque es un palafrén anglo-árabe.

-      ¿Cómo los dueños?

-      Si lo dices así…

-      Padre, estos pelos del caballo, ¿cómo se llaman?

-      Crines.

-      ¿Y las otras partes?

-      Paletilla, brazo, pierna, muslo, anca… -Fue indicando Enrique, mientras iba señalando.

-      Padre, me pregunto aún por qué es diferente, si es tan buen rocinante como otro. Bello y bueno para cabalgar.

-      Atalía, niña de mis ojos; nunca olvides que por el hecho de ser diferentes, todos somos especiales. Nadie es igual, y eso es lo mejor de esta vida. Nos distinguimos en las semejanzas y en las diferencias. El status de la vida se caracteriza de ese modo: en desigual y congénere. Y lo común, es lo que marca la diferencia.

Después de tanto andar y salir del monte, pudimos llegar a la ciudadela, donde nos encontramos en el camino con tres negros descendientes de mandinga, que tenían la nariz aplastada y los labios gruesos y abultados. Al verlos, pude comprender entonces las palabras de mi padre, pues estos eran homogéneos en la pobreza y diversos en edad.

-      ¿Y ese caballo, Enrique? –preguntó Jacinto, el mayor de los negros presentes.

-      De los árabes, Jacinto. Me lo han prestado pa´ pastorear el ganado…¡Andrés! ¡Andrés! –llama luego en voz alta.

Al responder al llamado, sale de adentro Andrés, un joven de unos 14 años.

-      ¿Me llamaba usted, padre? –pregunta el joven Andrés.

-      Así es –responde Enrique-. Llévate este potro a pacer.

-      Y mejor llévelo pronto, jovencito –sugiere Julián, otro de los negros amigos de su padre-. Se nota que esa bestia tiene hambre.

-      Enseguida –obedece Andrés, llevándose al caballo consigo, después de que Enrique había bajado a Atalía.

-      ¡Enrique! –ocupa la atención Juan-. ¿No vamos a cantar hoy?

-      Celayo le dijo a Juan que podemos ir hoy a tocar al Life Cafetin. Le cuenta Julián.

-      ¿Pa´  qué nos lleven pa´  la cafúa otra vez? –desconfía Enrique.

-      ¡La otra vez fue una equivocación, hombre! –deja claro Jacinto-. Ande, compadre Enrique, que sin usted no podemos ser el cuarteto Caja baja.

-      ¡Cómo tú enseguida te cogorzas, Jacinto! –dice Enrique.

-      Enrique –interviene Julián-, toítos nosotros nos embriagamos, no solo Jacinto. Anda, compadre; vamos a tocar esta noche al Life Cafetin.

-      Ve, padre –le solicita Atalía-. Me complace oírte cantar. Así yo puedo ir contigo.

-      ¡Ah! –exclama Juan-. ¡A que tendrás que hacerlo por la niña de tus ojitos!

Solo bastó que ella lo pidiera. Enrique no podía negarse ante una petición de su hija dilecta, por lo que terminaría accediendo a la invitación hecha por sus amigos hermanos para ir a tocar a un lugar de poca apariencia que visitaban los pobres, de los que la gran mayoría solo asistían para emborracharse, pues ni café había para servir en ese lugar.

Pero, antes fue necesario enfrentarse a una persona que resultaba ser en la familia lo que la guardia rural era para el pueblo. La noche pronto había caído, y las estrellas parecían coronitas luminosas que se apresuraban en vestir al espeso monte. Allí, los grillos cantaban en armonía con una melodía singular, rivalizados por otros insectos y algunas pocas aves que pretendían darle un son de vida al lugar.

Por lo general, la noche en el campo resulta muy tranquila. Son tantas las historias que al compás de la nocturnidad campestre se han tejido en el imaginario popular, que los más jóvenes, casi siempre los más traviesos, prefieren permanecer en casa para no ser víctimas de “encapuchados”, “chupa cabras”, “güijes” o “chichirikús”.  

Claro, siempre había quien salía y hacía de las suyas, pero siempre con cautela y preocupación.

Mi abuela decía que el monte en las noches cobraba vida. Bueno, durante el día también estaba vivo, pero era en las noches cuando más se hacía notable. Y en luna llena, ¡ni hablar! En los intercambios escasos que tuvo con algunos practicantes de religiones cubanas de origen africano, pudo conocer que en el monte vivían los espíritus de los antepasados, y las deidades, que, junto con el resto de los animales y la vegetación en general, le daban esa vida que ya antes había dicho.

Tal vez por eso siempre lo respeté tanto. Si bien me agradaba el contacto directo con la naturaleza en las mañanas, revolcarme en los herbazales como si fuera una ninfa, acariciar al rocío que noviaba con las verdes hojas, y ver el amanecer; en las noches no había quien me sacara sola al monte. Claro, cuando era para ir con mi padre, nunca había objeción. Al menos no de mi parte.

Sin embargo, cuando de mamá se trataba, las cosas cambiaban. Para ella era peor que un suplicio ver a mi padre salir con sus compadres en las noches. En esa ocasión, los hermanos Juan, Jacinto y Julián Cáceres habían osado ir a la casa para esperar a mi padre. Lo que para ellos no fue una sorpresa presenciar, como de costumbre, a mis padres discutir desde adentro.

De inglés, no entendían nada, pero bastaba escuchar los soberbios timbres de voz y las gesticulaciones sobresaltadas, como para percibir los ánimos exacerbados de Charlotte y Enrique.

-      You go to night, true? –preguntó energúmena.

-      Yes, Charlotte.

-      Don´t go, Henri!

-      Why?

-      Because I´m along in this house with eight children. It is very late. 

-      Atalia comes with me.

-      No! She not goes.

-      Won´t understand us so, Charlotte. She should be ok with me.

-      Oh, yes? How long have do I know you? Very long, Henri!

-      Charlotte, Atalia comes with me tonight, for God!   Can you hear me?

-      Fine! Get moving! Get moving, Henri!

Esas discusiones sin fin eran solo entre ellos. Nadie se ocurría a intervenir ni a dar ninguna opinión al respecto. Incluso los pocos que sabíamos inglés de la familia imitábamos a los compadres, para no entender nada. Para los curiosos, no había nada mejor que ocuparse en otras cosas.

Así sucedía con mis hermanos Lola y Nenito, quienes estaban sentados con los compadres cuando nuestros padres proseguían desde la habitación contigua aquel debate acalorado.

-      Tío Jacinto –preguntó Lola-, ¿por qué tú y el tío Julián no tienen mujer como el tío Juan?

Para quien la escuchara, aquella pregunta podía ser tomada como algo muy indiscreto para una niña como Lola. Algo así era objeto de castigo o sanción por los mayores, que no andaban con mucho jueguitos ni bromitas con los menores. Pero, si eras testigo de las discusiones entre nuestros progenitores, se podía excusar la inquietud.

No obstante, aquellos compadres eran tan taimados después de todo, que se inventaban cada historia, tan creíble para cualquier niño de esa etapa, como aquella que logró hilvanar enseguida que consiguió responder:

-      Bueno…  Porque yo tuve una  mujer en  África. Muy linda,  de ojos saltones como los tuyos, y muy traviesa así también. Pero, un cocodrilo en el río Oyá se la comió de un tirón. Era un caimán enorme, con colmillos afilaos para tragarte de un janazo. Y a la mujer de Julián se la ingirió una flor gigantesca en Mandinga.

Aquellas fabulaciones tenían efecto a erizarle la piel a uno. ¡Hasta a mí se me ponía la piel de gallina, y ya sabía que todo no era más que una farsa! Pero el efecto era logrado en el tono siniestro con el que se contaba. Uno se imaginaba aquel cocodrilo de colmillos afilaos nadando de una lado a otro en el río Oyá, como si fuese el señor de aquella zona; y la flor gigantesca de colores variados y hojas verdes abierta como una campana, y al cerrarse con igual forma… uno le hallaba realidad a aquellas historias.

Por eso era que los niños se asustaban, y hasta se tapaban los ojos temerosos para no querer ver lo que en la imaginación se dibujaba. Así desviaban los mayores la curiosidad de los pequeños, quienes no se atrevían a preguntar nada más. Ahora hasta me río, porque era realmente gracioso.

Al menos eso. Porque, por otro lado, mientras mis padres discutían yo había estado parada cerca del tío Juan, pero atenta a lo que ellos disputaban. Quizás eso contribuyó a que los roles se intercambiaran un poco. Pues al no comprender el idioma, el compadre fue el que sintió curiosidad por saber qué peleaba tanto aquel matrimonio.

-      Atalía –llama Juan su atención casi en un susurro, procurando no ser visto-, ¿qué es lo que discuten tus padres?

-      Mi madre  está muy furiosa  porque  mi padre quiere  salir.  No quiere que él vaya con ustedes y conmigo al Life Cafetín. Dice que de nada ustedes se emborrachan y se olvidan de que han salido con una niña a cuesta.

El compadre Juan no tuvo tiempo para responder. Apenas había quedado con la boca entreabierta, cuando furioso salió desde adentro Enrique halando a Atalía por un brazo para sacarla de la casa. Todo quedó entonces en silencio. Como quien se da pronto a la fuga, los tres compadres procuraron marcharse callados y sin mirar a Charlotte. Y ella molesta le había caído atrás al marido llamándolo por su nombre. Pero, él siguió su camino sin voltearse llevando de la mano a su hija, y tras él continuaron sus amigos. Solo se escuchó en aquella ocasión a Charlotte llamando soberbia al marido, y el llanto alterado de la pequeña Alicia.

Eso, hasta que en la profusa oscuridad de la noche los aventureros de Caja baja, como también solían conocerse, se perdieron ante los ojos sobresaltados de la matrona. Con orgullo y altivez, Charlotte despreció la ignorancia del marido al guardar silencio, intentó desplazar la ira para calmar a su párvula Alicia. Se mordió los labios, la mimó un poco, y cuando volvió a recordar el suceso se le escuchó pronunciar entre susurros: “You´ll be sorry, Henri Calderon”. Después, no expresó nada más, segura de que sus palabras se volverían realidad.



Novela inédita escrita por: Geobanys Valle Rojas

viernes, 31 de marzo de 2023

Oshún y Yemayá. Como dos Gotas de Agua

 


Autor: Geobanys Valle Rojas 

Editorial: Lulu

País: Estados Unidos 

Año de publicación: 2023


La liturgia afirma que Oshún y Yemayá fueron reinas poderosas, amantes de los orishas e incluso madre de varios de estos. Algunos pataki sostienen que del incesto entre Orungán y su madre Yemayá nacieron los dieciséis orishas, ​​y dentro de estos estaba Oshún. Otros pasajes cuentan que Oshún nació de la relación marital establecida entre Obatalá y Yemú, como se considera a la primera Yemayá. Aunque la gran mayoría de las historias prefieren contemplarlas como hermanas inseparables, que por el amor que se manifiestan continuamente se ayudan, se protegen y se cuidan una a la otra.



Este libro, una edición mejorada, que fue publicado inicialmente en el año 2016, se publica actualmente en el año 2023 bajo el sello editorial Lulu, en Estados Unidos. En el texto se realizan descripciones y caracterizaciones acerca de las orishas del panteón yoruba Oshún y Yemayá, abordándose elementos importantes como los atributos de poder, cantos, caminos, características de los hijos, ofrendas u obras para atender a estas deidades tan populares.



El libro está disponible a la venta en los siguientes sitios

Impreso podrá comprarlo a través de los siguientes enlaces:

https://www.autoreseditores.com/libro/22941/geobanys-valle-rojas/oshun-y-yemaya-como-dos-gotas-de-agua.html

https://www.lulu.com/shop/geobanys-valle-rojas/osh%C3%BAn-y-yemay%C3%A1-como-dos-gotas-de-agua/paperback/product-pr7de4.html?q=Geobanys+Valle+Rojas+&page=1&pageSize=4

Los detalles de los precios y envíos aparecen en los anteriores enlaces. 


 

jueves, 30 de marzo de 2023

LA ORIENTACIÓN EDUCATIVA EN EL CONTEXTO DE LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN MASIVA


Autores: Geobanys Valle Rojas

Fecha de publicación: 2017/12/13

Revista Márgenes

Volumen 5

Número 3

Páginas: 84-100

 En el proceso de formación y desarrollo de la personalidad participan diferentes agentes de socialización con una notable influencia, entre las que se encuentran los medios de comunicación masiva que, de igual forma, se implican de manera tanto favorable como desfavorable en el crecimiento personal de cada individuo.



 Para realizar este estudio investigativo se tuvo en cuenta como objetivo analizar cómo desde el empleo de los medios de comunicación masiva se puede dirigir la orientación educativa para influir en el proceso de formación y desarrollo de la personalidad en los individuos. 



Esto permitió determinar que en los tiempos actuales, donde las tecnologías de la información y la comunicación han cobrado un significativo valor; vale efectuar una mirada al influjo de los medios de comunicación masiva en el desarrollo de los educandos, precisando cómo desde estos se puede encaminar la orientación educativa dentro del contexto escolar, para lograr esa aspiración máxima de la formación general e integral de la personalidad.

XXII

 

Foto: Amílcar Moretti/ Tomada de Internet


Interpreta el piano una melodía traviesa.

Cierro los ojos y mi corazón te sueña.

En la oscuridad mis labios te besan,

mientras mi piel de tu olor se adueña.

 

En el día eres mi deseo inesperado,

como una carta que el destino escribe.

Llegas cuando añoro estar a tu lado

y es mi cama la que tu sudor recibe.

 

Te beso toda, en tu cuerpo contemplo

las curvas de las que Dios se encapricha.

Ya no voy a misa porque eres mi templo,

 

si en el roce de tus senos hallo la dicha.

Mi sexo al tocarte te lleva al destemplo,

pues no provocarte sería una desdicha.

Novia del Bolero

 

Capítulo 1

 


        Yo había tenido un sueño. No fue con aviones, tampoco con caballeros con sombreros que venían de la guerra. Pero fue mi sueño. Ahora siento cómo mis manos –ya arrugadas con el paso del tiempo- ponen el tocadiscos. Un ruido sonoro delata la intención. Y luego, mis oídos se deleitan al escuchar otra vez más a Edith Piaf cantar La vie en rose, tan fresca, tan original, como la primera vez en que fue cantada. Me parece estar sentada allí, en un palco en el Olimpo, viéndola actuar, toda vestida de negro, toda sentimiento, toda euforia. Porque la Môme Piaf sí que era todo temperamento. Y mientras tanto enciendo mi buen habano, pues prefiero sentarme en mi sillón de siempre.

Ahora mis manos solo saben tejer. Hasta parece algo gracioso. Ya he olvidado algunas palabras. Mi memoria no es la de ayer. Me siento desgastada, como de otro mundo, así como tal vez se sintiera mi querida Edith. Prefiero tararear sus canciones –nunca más he vuelto a cantar. Solo me quedan mis canarios, quienes con su música me recuerdan que alguna vez tuvo sentido mi vida.

El tiempo no ha sido justo. La gente me olvidó muy pronto. Ya ningún diario ha vuelto a mencionarme. Por eso ni veo las noticias actuales. Bueno, solo aquellas que resultan interesante. Me han dicho que hasta Omara se ha ganado un Grammy, y eso me hace pensar que alguna vez pude haberlo ganado yo también. Pero, ni una Gaviota de Plata. Es que en mi tiempo, los premios eran otros, y mi mayor reconocimiento me llegó del público.

En las tardes grises, solamente Celia sabe ponerle “azúcar” a mis días. Mientras mis gatos llenan el vacío que queda. Esta casa es muy grande para mí. La suerte son mis plantas, y las cuido como a los hijos que faltaron, porque junto a mis gatos son ahora mi única compañía. Yo lamenté mucho la muerte de Celia. Su voz se apagó muy pronto. No tuve tiempo para conocerla, pero siempre me atrajo su música por su estilo original. Y su muerte me ha hecho pensar en mi muerte.

No sé qué día ha marcado el Todopoderoso para que la Parca venga a buscarme. Pero, siento que mis días están marcados. He vivido bastante, no me puedo quejar…  a no ser cuando recuerdo todo lo que un día tuve. Pero la suerte y la fama me duraron muy poco. Hoy, ya nadie se acuerda de mí.

Hasta hace unos meses, que me visitó un estudiante de periodismo. Dice que haciendo un estudio investigativo encontró mi nombre en un recorte de un diario que con celo guardaba alguien de mi época dentro de su archivo personal. Como nunca antes lo había escuchado, la curiosidad enseguida ganó terreno en él. Aún no me ha querido decir cómo, pero, finalmente pudo llegar a mí; y con su llegada parece que todo ha vuelto a empezar de nuevo.

Bueno, la historia ahora es muy diferente. Pero, no ha dejado de ser mi historia. Y La vie en rose me devuelve al pasado que me permite recordarla…

Todo comenzó hace muchos años, para ser más preciso, a inicios del siglo pasado; en una zona de la que ya nadie habla, porque ha quedado condenada al olvido, al igual que yo. E incluso, se trata de una colonia norteamericana que ni yo misma recuerdo. Sé que quedaba en Camagüey, hacia el oriente cubano. Gloria City era su nombre, y fue fundada, evidentemente, por los norteamericanos que llegaron –si no me equivoco- cuando la intervención yanqui en la guerra de Cuba contra el yugo español.

Me contaban mis padres que el primer asentamiento colono en la Gloria City ocurrió en 1898. Era un lugar maravilloso, en medio del trópico, con suave clima y un sol siempre brillante. Un pueblo al parecer importante, con muchos edificios y calles, y hasta tranvías y restaurantes y teatros…

En 1900 llegó a la Gloria City mi abuela paterna, Basilia Pétion, una haitiana traída a esta isla por sus dueños norteamericanos. Aquí conformó una familia, aunque muy pocos hijos sobrevivieron, pues la gran mayoría y hasta el hombre que la tomó como mujer murieron muy pronto.

Por eso es que mi abuela paterna vivía pendiente de los embarazo de mi madre, a quien llegó a proferir una estima singular que la hizo ver como si fuera su hija biológica.

Decían ellas que el día aquel en que vine a este mundo, corrió el viento a susurrarle a los árboles sobre el nacimiento de una nueva estrella en el cielo que alumbraría con pasión la tierra. Esa tarde llovió mucho. Me contaba mi madre que se trató de una gran tormenta la que pasó la noche aquella en que esa estrellita tuvo vida en la ciudadela donde se hospedaban con la muchedumbre paria.

Mientras dormía extendida cuan larga era con su vientre enorme, acostada sobre sacos de yute en el suelo, se le presentó en sueños una divinidad que se ocupaba del mar en los pueblos sumerios llamada Sirara. Negra salida entre las aguas claras del mar, para dar calma tras el paso de la feroz tormenta.

Mi madre en vida exudaba como si el negro barro se derritiera frente al fuego, y en el profundo sueño la deidad Sirara le atormentaba como una dulce pesadilla acompañada por el espíritu de su madre, Ataly Peabody. Hasta que con el estrépito trueno furioso, ella despertó agitada exclamando un grito de dolor que anunció el alumbramiento.

Rápidamente mi padre buscó a la comadrona que vivía en el cuarto de al lado. Con su ayuda, en una noche de lluvia, rayos y truenos, verdaderamente turbulenta, nací yo.

Mi padre se llamaba Henri Enrique Calderón Pétion, y era hijo de un santiaguero con una haitiana, nacido –creo- en medio de maizales. Mi madre se llamaba Charlotte Meredith Peabody, y según tengo entendido había emigrado con solo 19 años desde Jamaica para este país que fue testigo de su último aliento.

Por cuestiones del destino, quiso el Todopoderoso que yo naciera en medio de una furibunda sinfonía, pues tras oírse un estruendo de un cañonazo atmosférico, se escuchó el plañido renacido de una criatura que ya ansiaba venir a este mundo desde el día en que se engendró.

Con pocas fuerzas y derrengada, Charlotte logró decir unas leves palabras ante la presencia de su marido, Enrique; aquella noche lluviosa de 1921:

-      Atalía Sinara…

Después no pudo decir más nada. Pero fue suficiente para comprender lo que quiso decir en medio de tantas emociones encontradas.

Algo desasosegado y efervescente, Enrique tomó a la pequeña entre sus negras y toscas manos. Él, que no dejaba de reír ante el suceso, solo pudo repetir a tono de confirmación el nombre que su mujer había dicho anteriormente.

Y así fue como nació esa niña a la que conocieron sus padres desde su llegada a este mundo como Atalía Sinara Calderón Peabody, la hija de un camagüeyano y de una jamaiquina, nacida en un pueblo del que ya nadie se acuerda.



Novela inédita escrita por: Geobanys Valle Rojas

Geobanys Valle Rojas

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